¿Son inteligentes los perros con quienes convivimos?; ¿tienen imaginación?; ¿pueden ellos actuar racionalmente?; ¿pueden pensar?; ¿tienen sentimientos?
Es
muy frecuente escuchar tanto en el ámbito científico como en el popular
respuestas contundentemente negativas a estos interrogantes. Para
quienes sostienen esta postura los seres humanos somos los únicos seres inteligentes sobre nuestro planeta, los únicos que actuamos racionalmente, los únicos que podemos pensar y aún más los únicos que tenemos sentimientos
(amor, odio, celos, culpa). Un exponente de esta corriente del
pensamiento fue el filósofo francés René Descartes (siglo XVII).
Descartes sostenía que los animales carecían de estado consciente, de inteligencia
y de cualquier proceso mental análogo al del ser humano. Muchos
psicólogos y fisiólogos compartieron, e incluso comparten en la
actualidad, este concepto. Para ellos los procesos mentales superiores
que rigen el comportamiento humano están gobernados por principios distintos de aquellos que rigen el comportamiento animal. Suelen afirmar que los comportamientos
de los animales son de dos tipos: instintivos y producto del
condicionamiento. Si bien es cierto que el movimiento de la cola y el
ladrido en los perros son comportamientos
instintivos, la risa, la sonrisa y el llanto de los humanos también lo
son. Evidentemente no sólo los animales son portadores de este tipo de
patrones de comportamiento.
Sin embargo, los perros no manifiestan los comportamientos
instintivos en cuestión, en forma indiscriminada sino que ellos deciden
cuándo y hacia quien dirigirlos. Dicha capacidad de discriminación
implica un grado rudimen tario de razonamiento inteligente, más aún
cuando los perros suelen utilizar estos comportamientos para influir e incluso manipular a sus dueños para obtener atención, comida o un paseo.
Por otro lado muchos propietarios de perros, haciendo caso omiso de las opiniones que niegan la capacidad de pensar, imaginar y sentir de sus animales, no dudan en afirmar: «A mi perro sólo le falta hablar», «mi perro es sumamente inteligente, mucho más que muchas personas que conozco», «mi perro es tan inteligente
que cuando quiere salir a pasear me trae la correa y cuando quiere
jugar me trae su pelota», son comentarios corrientes entre estos
propietarios. Si bien la mayoría de estas personas no son imparciales
producto de que tienen un vínculo sumamente estrecho con sus animales y
además no poseen los conocimientos para realizar estudios objetivos,
ellos no dudan en afirmar que sus animales son inteligentes, pueden pensar y desde ya tienen sentimientos.
¿Cuál
de estas dos visiones acerca de estos temas es la correcta? ¿Dentro del
ámbito científico existen opiniones que avalen las afirmaciones recién
mencionadas?
Para contestar el primer interrogante es necesario aclarar a qué nos referimos cuando hablamos de inteligencia, pensamiento, imaginación y sentimientos. Tomemos como ejemplo a la inteligencia. Una definición que tiene consenso entre la mayoría de los científicos es aquella que dice que la inteligencia
es la capacidad de enfrentar símbolos, relaciones y nuevas situaciones o
problemas y resolverlos de una manera adecuada. A partir de esta
definición muchos sostienen que la inteligencia de los perros es más un mito que una realidad.
Sin
embargo, desde la filosofía Aristóteles (384-322 a.C.) sostenía que la
razón de los animales difería de la nuestra no por su naturaleza sino
del más al menos. A su vez un científico prominente como Charles Darwin
en su libro «La descendencia del hombre» sostenía que la diferencia
entre la inteligencia de los seres humanos y la de muchos animales era cuestión de grado y no de clase. Más aún Darwin afirmaba que «las distintas emociones
y facultades – como el amor, la memoria, la atención, la curiosidad, la
imitación, etc.- de las que se jacta el hombre, se encuentran en forma
incipiente y a veces bien desarrolladas en los animales inferiores».
Otras autoridades científicas comparten esta visión de los hechos. El
Profesor Donald Griffin (autor del libro Animal Awareness), el Dr.
Stephen Walker (autor del libro Animal Thought) y especialmente una de
las autoridades más conocidas y reconocidas en cánidos, el Dr. Michael
W. Fox (autor de innumerables artículos científicos y varios libros)
concluyen que los animales poseen, en grado variable, capacidad de razonamiento, sentimientos y comportamiento inteligente.
Veamos cómo algunos ejemplos cotidianos, que todo dueño de perro
reconocerá haber observado en algún momento de la convivencia con sus
animales, parecen demostrar que es posible afirmar que los seres humanos
no somos portadores exclusivos de los atributos que estamos tratando.
Inteligencia
Un perro roba una servilleta a su propietario y para no ser alcanzado comienza a correr alrededor de la mesa. El dueño sumamente enojado comienza a perseguirlo. Por supuesto el perro corre más rápido que él. El humano, poseedor de una gran inteligencia, decide dar la vuelta y corre para el lado opuesto intentando de esa manera atrapar al perro. Para su sorpresa el perro hace lo mismo. Conclusión el dueño del perro agotado y sin poder agarrar a su animal decide esperar a que éste se digne a dejar la servilleta. Evidentemente el perro se enfrentó a un problema y lo resolvió de una manera adecuada.
Imaginación
Está comprobado que los perros sueñan. Cuando un perro sueña suele emitir sonidos diversos, tales como gemidos, gruñidos o suaves ladridos y realizar pequeños movimientos con su cuerpo. Seguramente deben ser capaces de imaginar cosas, un componente básico de la capacidad del pensamiento.
Depresión (tristeza):
Una familia sale de vacaciones y decide dejar a su perro en un pensionado canino. El animal presenta anorexia (deja de comer), adipsia (deja de beber) y permanece indiferente a todo tipo de estímulo.
Odio
En el vecindario hay un niño que habitualmente pasa por una casa donde hay un perro tras una reja. El niño azuza cotidianamente al perro a través de la reja. El perro cada vez que el niño realiza esta acción ladra con furia. El niño sigue su camino y deja en paz al perro. En la casa donde vive el perro hay niños y habitualmente van amiguitos con los cuales el perro presenta un comportamiento ejemplar. Un día el propietario del perro al salir a pasear con su animal se sorprende al percibir que su perro intenta abalanzarse y agredir a un niño en la calle por lo que debe retenerlo de la correa con fuerza para evitar que el niño sea agredido. Será fácil para el lector deducir qué niño había sido blanco de la agresión del perro.
Amor
Una familia convive con tres perros. Uno de ellos muere. La familia consternada decide enterrar al animal en el jardín de la casa. Los otros dos perros están al lado de los humanos durante el entierro. Una vez finalizado el mismo la familia se retira del lugar. Los perros se quedan. Una de las personas los llama. Los perros acuden pero luego regresan al lado de la tumba. Durante tres días los perros
permanecen allí la mayor parte del día. Al cuarto día la familia decide
consultar con un especialista para tratar de terminar con el
sufrimiento de los perros.
Como conclusión vale la pena citar una frase de Porfirio (filósofo griego, 232-304 d.C.): «Si los hombres tienen más inteligencia
que los animales, esto no es una razón para sostener que los animales
no la tienen en absoluto; del mismo modo sería erróneo sostener que las
perdices no vuelan porque los gavilanes vuelan mejor que ellas».
Sin embargo, obviamente, los perros
no son siempre racionales. Ellos frecuentemente actúan de manera
irracional. Un perro que entre en pánico producto de los estampidos
producidos por los elementos de pirotecnia seguramente actuará, con el
único propósito de huir del lugar, de forma totalmente irracional. Si en
un cine colmado de gente repentinamente se corta luz producto de un
principio de incendio, los humanos que allí se encuentren seguramente
actuarán de manera similar.
Antes de finalizar es importante aclarar que si bien los perros poseen los atributos analizados y por lo tanto son emocionalmente
similares a nosotros poseyendo además habilidades mentales, no sólo
sería un grave error creer que ellos se acercan a nuestra capacidad de pensamiento y sobre todo a la del pensamiento abstracto, sino más grave aún sería creer que los humanos y los perros
somos iguales. Si bien nosotros somos parte del reino animal dado que
compartimos muchas características con otros animales, tenemos algunas
características exclusivas que nos separan de todos ellos. La más
importante de ellas es la cultura, la cual ha hecho que nos
diferenciemos enormemente del resto de las especies que habitan nuestro
planeta. Esta característica que nos identifica y nuestra mayor
capacidad de inteligencia y pensamiento
deberían ayudarnos a cambiar la tradicional actitud de ubicar a los
humanos en una categoría total y absolutamente diferente a la del resto
de las especies. Este cambio seguramente ayudará a valorizar la
importancia del bienestar animal, tema con el cual la humanidad todavía
tiene una deuda pendiente.
Autor: M.V. Claudio Gerzovich Lis
Comportamiento animal
Buenos Aires – Argentina.